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jueves, 13 de enero de 2011

DESVENTURA EN LOS ANDES, LOS CUENTOS DE NIEL PALOMINO EN “CANTAR DEL WAKACHUTA”


Ha sido una grata experiencia leer los cuentos de Niel Palomino y, al mismo tiempo, una interesante revelación. Debo confesar que hace mucho tiempo no leía textos tan cercanos al ambiente del campo, como así solía decir mi abuela Juana cuando iba a contar alguna historia sobre aparecidos, rayos que partían en dos a los achachilas, dramas de amor o breves y graciosas anécdotas de sus alumnos de las siempre alejadas, y casi fantasmales, poblaciones de las orillas del lago Titicaca.

La primera impresión que tuve al leer los cuentos de “Cantar del wakachuta”, que además da título al libro que Niel Palomino me ha pedido que comente esta noche y he aceptado muy honrado y agradecido, es la capacidad de contar, de entretejer situaciones, describir personajes y espacios, provocar tensión y atención en el lector y finalmente hacernos saber de un final que no esperábamos. Al final de cada historia, uno respira tranquilo, no porque se agradezca que se haya terminado el cuento, sino porque realmente queríamos saber el final, cualquiera que éste fuese, y esta es una de las características de los buenos cuentos. Más o menos lo mismo ha sucedido en cada uno de los  relatos, el libro contiene seis; digo más o menos porque en unos casos la sensación más bien es querer que la historia no termine, porque se prevé un final fatal.

En el caso del primer cuento, hay en la historia varios conflictos, un hijo contra un padre, padre e hijo contra los policías, padre e hijo metidos de terroristas contra los militares y al mismo tiempo contra su propia organización, a la que, además no entienden del todo, padre contra su entorno social, hijo contra el padre revelado como padrastro, pobres contra ricos. Estos conflictos se desenvuelven en un ambiente abierto e infinito como es la sierra sur, y giran como en una espiral, generando encuentros y desencuentros violentos que, finalmente, marcarán el destino de los personajes que, con sus problemas domésticos, viven en su ley de wakachutas, o abigeos, del ámbito de la provincia de Grau, en Abancay.

En otras historias interesantes, también en el mismo ámbito geográfico, los recuerdos de la vida escolar, las travesuras de la primaria y las fantasías infantiles derivan en una historia de amor sana, sencilla, humilde, inocente, fatal. La relación de un hombre con su padrastro, llena de aventuras por cerros y quebradas, huyendo de la policía y de la mala suerte, enfrascándose en aventuras de abigeos y terroristas, termina en un asesinato. Un joven relata desesperadamente a la policía, con oraciones entrecortadas por el llanto y la rabia, cómo han muerto sus padres y cómo ha querido vengarlos. Un hombre parece volver de la muerte para buscar explicaciones sobre el fallecimiento de sus padres, arrastrados como él por un río.

Así, la fatalidad ronda casi en todas las páginas de este libro como en una película de terror, la muerte acecha a la vuelta de cada párrafo a los personajes y al propio lector, no porque vaya a ser víctima de uno de sus personajes o, peor, del propio autor que pareciera va a saltar súbitamente al dar vuelta una página armado de un látigo o un revólver, envuelto en un poncho y sobre un caballo, sino porque el lector está, siempre, a punto de ser testigo de una desgracia, de una desventura, la que inevitablemente llega.

Aunque sé que no es precisamente la intención de la obra de Niel Palomino, a lo largo de las páginas de su libro se vuelve a sentir ese aroma de desventura que perfuma los andes peruanos, especialmente en la sierra sur. Pareciera que no hay historia de amor, recuerdos infantiles, sucesos de amor filial, que no estén impregnados por la desventura, la adversidad, el infortunio o la desgracia. Sin embargo, como en la canción de Luis Abanto Morales, la gente en los andes vive, vivimos, tranquilos.

Otro aspecto que me ha llamado la atención es el lenguaje con que Niel Palomino se interna en la literatura, enfrenta la tarea de fabular y se expresa como persona, o como artista. Hace dos días se recordó el fallecimiento del gran José María Arguedas, traigo a colación este dato porque precisamente el autor de “Los ríos profundos” y el mayor novelista peruano fue el que más empeño le puso a la necesidad de expresar una historia, o una idea, mediante un lenguaje que combinaba el castellano, el quechua y la particular manera de hablar de la gente de Andahuaylas. Se ve que Niel Palomino hace el mismo esfuerzo, y aunque aún no lo logra, sí se puede tener la certeza de que será una de sus más importantes preocupaciones literarias. Y eso es muy bueno, porque precisamente necesitamos encontrar un lenguaje que nos permita decir con mucha confianza, y seguridad, con nuestras propias palabras, lo que realmente queremos decir.

Arguedas no fue comprendido. Al final de sus días reflexionaría sobre su “fracaso”, presionado por sociólogos que buscaban en sus novelas respuestas científicas, y sentiría haber vivido en vano. Sabemos que no fue así. La lectura de los cuentos de Niel Palomino me hace pensar que seguiremos en ese empeño terco de expresarnos como realmente somos y, al mismo tiempo, darle voz a quienes por mucho tiempo se les ha negado este derecho. Esta es una manifestación más de la terca resistencia de nuestra cultura.

Sin embargo, debo hacer notar lo difícil que es elaborar un mensaje combinando idiomas, modos, modismos y hasta particularidades que, teóricamente, Niel Palomino conoce mejor que yo. El cuento “Hígado cocinado”, por ejemplo, es narrado en primera persona por un joven que, saliendo de su comunidad a la población para vengar la muerte de sus padres provocada por consumo de alcohol, tiene que dar explicaciones a la policía. Como si fuera una grabación magnetofónica, el relato no solo se lee, sino que parece escucharse. A la tensión propia de este relato se suma el esfuerzo de reproducir la particular forma de hablar de los habitantes de las más alejadas comunidades de la sierra peruana, y creo que esto es también digno de destacar en la obra narrativa de Niel Palomino que, por supuesto, recién empieza.

De otro lado, inevitablemente, no por el compromiso sino porque así lo he sentido al disfrutar de los cuentos de “Cantar del wakachuta”, debo decir que he evocado a otros autores que también han reflejado, no reproducido ni repetido, el espíritu de los pueblos donde han centrado, o configurado, sus mundos narrativos, sus espacios de ficción, sus íntimos resquicios por donde han podido liberar a los demonios que los atormentaban.

He pensado en Arguedas, como ya lo dije, también en el mexicano Juan Rulfo. Dicho entre paréntesis, siempre hay que volver a Los ríos profundos o al llano en llamas. He recordado a Ciro Alegría y a Augusto Roa Bastos, al boliviano Jesús Urzagasti que tiene un extraordinario relato en el que un joven vuelve de la muerte solo para pedir explicaciones a su padrino que, muerto en la guerra del Chaco, no ha podido cumplir sus promesas; me hace pensar en la literatura que se está haciendo en Chile por los jóvenes mapuches, y en México y Paraguay, donde además de expresar el sentimiento y la identidad de sus pueblos lo hacen con su propio lenguaje. Por supuesto he pensado en toda la literatura que se produce en el interior del país, en los jóvenes que ensayan poemas y cuentos en sus cuadernos escolares, seguramente movidos por el temblor temprano de sus corazones, sentados en algún peñasco y contemplando el áspero discurrir de nuestros ríos entre las montañas.

Esto que digo no es lirismo, solamente, es también un permanente llamado a fomentar la lectura y la escritura en los jóvenes, especialmente, de aquí o de allá, pues una vez más hay que repetir que tienen los mismos derechos a expresar sus males de amor o sus ansias de rebelión, según los caminos que les haya tocado andar y los paisajes que hayan podido ver.

Un detalle final. No he hecho un ejercicio exhaustivo para desentrañar la vida o los demonios interiores de Niel Palomino, que seguramente andan liberados entre las páginas de este libro, porque no he tenido tiempo para hacerlo. Si bien hay relatos con clarísima naturaleza autobiográfica, entiendo que el autor ha escogido estos temas no precisamente porque lo atormentaran sino porque ha disfrutado contándonos las historias, y eso hay que celebrarlo, como creo debemos celebrar el acontecimiento de esta noche.

Gracias.

Alfredo Herrera Flores

Cusco, diciembre del 2010.

1 comentario:

  1. Genial!!! Sinceramente el mejor libro que he leido... tiene una tematica demasiado rica en contenidos, excelente!! sobre todo "LA VENGANZA DE AGUACERO"

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