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jueves, 27 de septiembre de 2012

ENTREVISTA CON ENRIQUE ROSAS. CRONOLOGÍA DE VIDA Y ARGUMENTO DE MUCHAS LUNAS EN MACHU PICCHU





MUCHAS LUNAS EN MACCHU PICCHU” DE ENRIQUE ROSAS PARAVICINO

CRONOLOGÍA DEL AUTOR
1948: Nace el escritor Enrique Rosas Paravicino, en el distrito de Ocongate,  provincia de Quispicanchis, Cusco.
1955 – 1966: Cursa estudios de primaria y luego, secundaria en la Gran Unidad Escolar Inca Garcilaso de la Vega, Cusco.
 1967: Ingresa en la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco, en su Facultad de Letras y Ciencias Humanas.
 1969: Publica  Ubicación del hombre, su primer poemario.
1973: publica  Los Dioses Testarudos, su segundo poemario.
1980:  Ejerce docencia  en la Facultad de Ciencias de las Comunicación e Idiomas de  la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco.
1985: Fue finalista de la Cuarta Bienal de Cuento Premio Copé, distinción  consagratoria del mejor narrador en el Perú.
1988: Publica Al filo del rayo, su primer volumen de cuentos.
1990: Publica Fuego del sur, (cuento) en coautoría con los narradores cusqueños Luis Nieto Degregori y Mario Guevara Paredes.
1993: Fue designado Secretario peruano de JALLA (Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana).
1995 – 2010: Participa en todos los encuentros internacionales de JALLA (Tucumán, Quito, Cusco, Santiago de Chile, Lima, Bogotá y Río de Janeiro)
1994: Publica El gran señor, su primera novela ambientada en  Sinak’ara, donde se ubica el santuario del Señor  de Qoyllurrit’i.
1998: Publica La Ciudad Apocalíptica, su segundo volumen de cuentos.
1999: Fue una de los principales  gestores  del IV Encuentro  de JALLA, en Cusco.
2005: Participa en el I Congreso Internacional de Narradores peruanos (Madrid, Casa de América, organizado por el grupo Mirada malva).
2006: Publica Muchas Lunas en Machu Picchu, su segunda novela.
2009: Publica El ferrocarril invisible, su tercer volumen de cuentos.
2012: Publica Elogio de la escritura radical (ensayos)

SECUENCIA ARGUMENTAL DE “MUCHAS LUNAS EN MACCHU PICCHU”

El más  grande constructor de Tawantinsuyo, el Inca Pachacútec, estando en Cusco, en su sueño, se vio convertido en un pisonay frondoso, cuya  copa alcanzaba a las estrellas y sus raíces perforaban aun al mar. De pronto, un ave  de fuego arrancó una semilla del pisonay y voló por el cañón del Torontoy, por la ruta del valle que formaba el Willcamayo (río Vilcanota). De ahí se elevó hasta un lugar boscoso rodeado por dos cerros. Allí la misteriosa ave enterró la semilla del pisonay en que Pacchacútec se había convertido. Al día siguiente, ya despierto el emperador consultó con los sacerdotes del Ccoricancha. Estos le aconsejaron ir por la ruta del pájaro de sus sueños, hasta hallar el maravilloso lugar de sus sueños que de seguro debe existir. Pachacútec hizo lo sugerido. Al quinto día de recorrer el cañón del Torontoy, vio volar una parvada de guacamayos. Los siguió  desde el cañón hacia arriba como si se tratase de una señal divina, siguiendo la luz de las estrellas y el canto del gallito de las rocas. Hasta que por fin, un atardecer despejado subió a una terraza al  pie del cerro Machupicchu. Desde ese lugar vio un arco iris que se extendía entre la cuesta del Intipuncu y el cerro Pumasillo. Giró  mirando el paisaje que lo rodeaba. Era una zona, si bien cubierto de muchos árboles, grandiosamente luminosa. Un lugar donde era posible sentir el aliento de la divinidad y ser dichoso a plenitud. Se dio cuenta entonces que ese era el lugar de su sueño. Muy maravillado, Pachacútec agradeció a su dios Huiracocha, se postró ante el cerro Huayna Picchu, abrió los brazos con dirección al Sol, cerró los ojos llenos de llanto. Cual inspirado por el Alto, repitió  las palabras que había escuchado en su sueño: “Cielo y tierra caben en un abrazo/ cuando la mirada de Wiraccocha/ se descuelga por las rendijas de una tarde/ quemada por tanta luminosidad”. Eran los  versos del poeta sacerdote Ishuar Llaquinto, compuesto para los funerales de Lloque Yupanqui. Instantes después,  Pachacútec, decidió edificar  la ciudad más hermosa y sagrada del imperio, allí donde él se encontraba.
Transcurridos dos semanas, ordenado por Pachacútec, los arquitectos levantaron el plano del abrupto terreno. Vinieron también una cuadrilla de yanaconas que  limpiaron la  tupida vegetación; luego, los picapedreros. El bronco resonar del trabajo llenó  de ecos los cerros y los barrancos, desde la mañana hasta el atardecer. El propio Pachacutec había diseñado la maqueta de la ciudad, con sus terrazas, andenes, canaletas, los caminos, escalinatas, cementerios y despeñaderos. Pero quien dirigió la construcción fue su súbdito Apomayta. Este era el mejor arquitecto, solterón de cincuenta años, de la panaca Hatun Ayllu, hijo del renombrado  urbanista Quillahuamán. Además era un viajero infatigable y narrador ameno. Apomayta era minucioso en sus cálculos y exigente con los acabados. Él después de observar la maqueta, dispuso que la primera  obra  a levantarse fuese el Templo del Sol, por su valor sacratísimo y como medida referencial para  las posteriores construcciones.
Cinco días después, podía verse  ya el cascote del templo similar  al del Cusco. Un tunqui (gallito de las rocas) se posó en el dintel del templo y cantó eufórico. Eso fue tomado como  aceptación de  Dios. Animados por ese hecho los constructores redoblaron esfuerzos para concluir la ciudad. Muchos trabajadores sugerían ideas diversas a Apomayta, hasta que él, cansado,  decidió no oírlos más.

Cuando estaban en estos afanes, llegó un chaski, detrás de él una comitiva que cargaba un anda imperial. Todos los trabajadores hicieron un pare en sus labores y se postraron de cuclillas para saludar al poderoso inca. Pero se sorprendieron mucho, al ver que quien bajaba era una mujer hermosísima de porte señorial con finos atuendos y alhajas de oro. Ella se llamaba Nina K´uychi o Arco iris de fuego, miembro de la panaca Ccapac  Ayllu y sobrina del mismo Pachacutec. Un funcionario que acompañaba a Nina K´uychi le dio la noticia a Apomayta que la ñusta era un regalo de Pachacutec para el arquitecto, para que se inspirara en la voluptuosidad de sus dieciocho años y en la limpieza de su mirada de cuculí. Muy agradecido, Apomayta sacó con sus propias manos un taruca macho cuya carne fue guisado y ofrecido a la ñusta. Pero ella no la probó siquiera. Luego se echó a dormir durante 3 días seguidos. Después de despertar sin dar explicación a nadie abandonó el campamento y se internó en la más profunda espesura y no volvió más. Una cuadrilla de yanaconas la llamaban por su nombre. Ella no apareció, por lo que las obras quedaron paralizadas. No hallaron más a esa sensual ñusta. La noticia llegó a los oídos del mismo Pachacútec. El moviendo la cabeza dijo: “Será como quiere que sea el Alto”.

El hecho que ignoraba Apomayta, es que NinaK´uychi había roto todas las leyes imperiales manteniendo una relación sentimental con quien no debía. La sobrina era una integrante del ajllay wasi (casa de las escogidas) y no se sabe como pudo iniciar una relación con un noble del reino de Chan-Chan, llamado Llangar Pacha. Tal vez se conocieron en los días del  Huarachicuy, rito oficial del inicio de la edad viril. A Nina K´uychi le tocó encabezar la procesión de las oficiantes del fuego y atender al joven noble visitante. Lo cierto es que ambos se enamoraron perdidamente. La ñusta faltó a su juramento de preservar su virginidad como escogida que era para los oficios del Dios Sol.

Los encuentros entre  estos amantes, según  unos, fueron en la mansión  de las serpientes cerca a Pumajchupan y otros que fue en los extramuros de la ciudad.  Sharija Ragua, la matrona regenta del Ajllahuasi, sostuvo que los motivos que Nina K’uychi  argumentaba para salir del Ajllahuasi siempre eran de índole familiar. Por eso y por tratarse  de la misma sobrina del emperador ella  autorizaba los permisos. Un día, a Llangar Pacha le tocó volver al reino de Chan Chan. Por ese motivo él lloró apoyado en el Ajllahuasi. Por él hubiera preferido  ser sirviente o lo que sea para vivir en este Ombligo del Mundo, respirando el mismo aire que su amada y disfrutar de “Aquella piel suave  que se estremecía   al contacto de su mano posesiva, la frágil resistencia de su cuerpo que se abría, con placer, a los ardores de otro cuerpo…”. Ambos jóvenes arriesgaron todo por amor.

Cuando después de la separación,  Llangar Pacha, su padre y la comitiva llegaron  a Challvac en la costa norte, el joven chimú expresó su decisión de quedarse allí. Su padre que intuyó el motivo  que atormentaba a su hijo, no se opuso.  Llangar Pacha, retornó a Cusco enrolado en una caravana de comerciantes  chinchanos  que transportaban productos marinos. Ya en Cusco, el joven se separó de sus  compañeros y  se puso a merodear el Ajllahuasi y esperó que se hiciera noche.  Así a altas horas de la noche, la sensual Nina K’uychi fue despertada por el canto persistente de un búho. Desde el primer momento supo que era él. Con el pensamiento  pidió a Llangar que lo aguarde hasta la madrugada. Asimismo, alistó sus pocos enseres. Aguardó con ansias toda la noche y al amanecer, invocando a la diosa de la luna y aprovechando que llovía salió detrás  de las mujeres de servicio, sin ser advertida.  Se encontraron al pie del pisonay de la esquina. Se abrazaron y besaron  con alocada desesperación e instantes después se echaron a correr rumbo al Antisuyo, en plena lluvia torrencial y sin  intuir lo que les pasaría después.

Lo restante de esta fuga, relató un mitayo al mismo Apomayta. La regenta Sharija Ragua,  denunció la fuga. Los dos fueron capturados en Ch’itapampa y traídos de vuelta al Cusco.   Tan pronto se enteró Pachacútec  del escape, se enfureció. Declaró sediciosos y los condenó  a pena de muerte. Pero ante las súplicas de los padres de Nina y para evitar algún conflicto con el reino Chimú, el emperador conmutó la pena por  destierro de por vida en el último rincón del imperio: río Maule al sur del desierto de Atacama. Los padres de la ñusta, suplicaron más a Pachacútec y él se arrepintió de la sentencia para su sobrina y a cambio decidió  enviar a Nina a la nueva ciudad que al pie del cerro Machu Picchu estaban construyendo como ofrenda al arquitecto Apomayta y porque Nina fuera  la primera mujer en poblar aquella ciudad sagrada. Mientras tanto para el joven chimú la pena no se cambió, de todas maneras iría al destierro. Pero, antes de que se cumpla la orden, el enamorado Llangar se quitó la vida en su presidio.
Cuando el urbanista Apomayta iba a preguntar más sobre la historia, llegó hasta su campamento un picapedrero y dijo que Nina K’uychi estaba en el río, muerta. Por orden de Apomayta    se realizó el entierro, siendo la ñusta, el primer ser humano en inaugurar el cementerio. Semanas  y años después, la  historia de tanto  relatarse  sufrió variaciones hasta muchos años después, se dijo que  la muchacha era hija de Pachacútec y el joven chimú  un guerrero inca.

Apomayta, muy conmovido tardó una semana en recuperarse, luego  continuó la construcción de aquella ciudad. Después de diez años, ocho meses y nueve días de iniciado el trabajo, se inauguró la ciudad. Para la ceremonia vino  el mismo emperador y su esposa la Coya Pihuiguarmi y todos los dignatarios  como por ejemplo, el sumo sacerdote del Tahuantinsuyo, Urco Huarancca. La ceremonia empezó al medio día con el sacrificio  de una llama  negra. Pachacútec bautizó a la ciudad como  Huiñaymarca en desafío al tiempo y en alusión al vínculo entre la piedra y la eternidad. Para dicha obra los cerros Machu Pichu y Huayna Picchu contentos  aceptaron a cerca dedos mil picapedreros, novecientos albañiles y tres mil yanaconas que edificaron Huiñaymarca. Nombre que ochenta años después fue cambiado por Vitcos, para despistar a los españaris (españoles)  que llenos de codicia buscaban El Dorado.

Aquella mañana, Pachacútec repartió  edificios y viviendas entre sus novísimos moradores. Luego  derramó la chicha y bailó  con su esposa Pihuiguarmi  el Ccápac T’inca, que es la danza privativa de los monarcas.  Huiñaymarca, la maravillosa ciudad de los ritos,  fue poblada por sus primeros moradores que eran sacerdotes, ñustas, astrónomos, mamacunas, adivinos, amautas, tejedoras y sacerdotisas.  El primero en tomar la posesión  fue Pachacútec y  su palacio  Hatunhuasi, luego los dignatarios en  orden de estricta jerarquía. En ese lugar Pachacútec  meditó su  sabia legislación política y el encanto  de la ciudad le inspiró el proyecto de extender el imperio.  Con los años  murió Pachacútec de muerte natural en Cusco, diez meses después  su momia fue trasladada a Huiñaymarca y depositada entre los cimientos del templo del sol.

Por su parte, el arquitecto Apomayta, con el paso de los años, olvidó por completo a Nina  K’uychi. Fijó como residencia la localidad de Yucay. Desde esta ciudad  se trasladó  a donde le convocaba  el crecimiento  urbano del incario. A los setenta y cinco años volvió a Huiñaymarca y se alegró de hallar una ciudad activa.   En su vejez presentó  un nuevo proyecto a la corte  del Cusco: la  construcción de la Ciudad de los Amautas, pero, ya Túpac Yupanqui, había ascendido al trono. Este nuevo soberado  aceptó la propuesta y le pidió  que lo esperara hasta su retorno de un viaje a la Polinesia.  Apomayta llegó a Chan – Chan, la capital del reino Chimú. Allí  departió un banquete  con el monarca chimú Minchancaman. Pasaron los años  y como aún no volvía Yupanqui, volvió a Yucay y se volvió viejo. Y de lo que era arquitecto se convirtió en fabulador y poeta.  Un día se perdió y fue hallado tres días después. A los pocos días  entró en coma y no se recuperó más, ni siquiera cuando le contaron  que Túpac Yupanqui había vuelto de su viaje. Sus restos fueron embalsamados y depositados en posición fetal, dentro de una cueva, cerca del anfiteatro  de unos volcanes apagados.

Desde aquella tarde de los ritos, Pachacútec se quedó en Huiñaymarca  cuatro lunas y dos semanas. Tal vez se hubiera quedado más, pero, una pavorosa hambruna se había desatado  en la región Collao, matando a miles de aymaras. Tres años continuos de sequía había sido la causante. Frente a ello Pachacútec remitió desde el Cusco veinte mil cargas de alimentos. Pero ni aún así, pudieron calmar su hambre. Niños y mujeres salían en procesión implorando la lluvia a Apu Kon Ticsi Huiraccocha. Incluso sacaron una momia antiquísima en Yunguyo. La procesión de hambrientos invadió territorios cusqueños como Canas y Chumbivilcas.  Los lugareños  les alcanzaban  comida, pero, no los alojaban. Los hambrientos, ubicados en las alturas  de los pueblos  empezaron a bailar al ritmo de sus zampoñas y tambores  imitando a los zorros. Más tarde imitaron a los jaguares y pedían  que les  den mujeres. Los lugareños  dieron a Munay Cantu, hija menor del curaca Llallapara. A ella  los aymaras pusieron de cara al este y de espaldas a su aldea y la engalanaron con plumas y flores.  Al cabo de  mucho girar y retorcerse, el dios jaguar pidió la presencia de la muchacha. En cuanto la llevaron, el dios felino  extendió el cuerpo de la muchacha en la tarima del sacrificio.   El  danzante  con un cuchillo de obsidiana en la mano, lanzaba atroces plegarias hasta  que la luna oscureció por completo. Los lugareños interpretaron ese acto de brujería como una profanación contra Huiraccocha. Enardecido  atacaron a pedradas a los aymaras, llamándolos, brujos, diablos y  qhenchas. Se desató  una gresca con varios muertos y herido. En medio de ello, un mitayo recuperó  a Munay Cantu viva. Cuando  miró el cielo  dijo que Mama Quilla  estaba sangrando.  Pero felizmente la luna recuperó  su color. Lograron expulsar a los aymaras y todo volvió a la tranquilidad, menos                 Munay Cantu, que al quinto día enfermó de gravedad. Una  insoportable  calentura le hacía delirar. Habló en  la vieja lengua  de los tiahuanacos y terminó profetizando un cataclismo. En su agonía pronunció: “Hanaq pachaq sutimpi hamusan” (viene en nombre del altísimo). Murió como si hubiera sido sacrificada de verdad y nadie prestó atención a su mal presagio.


A la tarde siguiente, por entre los barrancos de Llallapara, apoyado en su bastón de viajero, apareció Raurac Sallo, el Profeta Negro del Altiplano, el más enigmático de  los sacerdotes collavinos, considerado como un auqui por haber salido del  lago Titicaca. Era pues, un Uru legítimo; es decir, poblador de la isla flotante de los Urus. Al atardecer lo vieron en Pichigua. Tres días después acampó en la misma meseta donde  bailaron  los aymaras. No pidió alojamiento ni comida. Hablaba  además del quechua, todas las lenguas del imperio. Confesó  ser el  portavoz iluminado del Hanaq Pacha. Un día fue arrebatado  por  Illapa (dios del rayo). Estuvo en el cielo veintiún años terrestres, que en el cielo es una semana. Allá   de la misma  boca del Huiracocha, escuchó una verdad cruel y durísima, que comprometía el destino del género humano.  Raurac Salló reveló que la humanidad estaba pronto a ser destruido, por haber  cometido una de las peores  culpas.  Sucede que Huiracocha quiso sondear el alma de los hombres.  Con tal propósito salió  del mar de Tumbes, disfrazado de mendigo  harapiento, con rumbo al Altiplano.  En el viaje padeció miles de vejaciones. En el valle de Chicama  fue capturado por unos guerreros chimús. Tres noches después, fue sacrificado y sus huesos fueron  banquete de los gallinazos. A la mañana siguiente,  resurgió de sus cenizas y prosiguió su camino. Una semana más tarde fue capturado, tildado de yanacona,  trabajó como esclavo, hasta que fue picado por una víbora, pero no murió.  Los otros trabajadores lo botaron a pedradas acusándolo de brujo. Ya en tierra de los huancas, se transformó en un rico ganadero. Entonces, fue recibido con honores, banquete y música en cada pueblo. De eso, Huiracocha sacó una conclusión: “que este mundo  no sólo era defectuoso, sino, que estaba  hecho  a la medida de la necedad de los hombres. Porque si eres  pobre o forastero eres el blanco de la perversidad de los mortales. Y  si eres rico, te conviertes en el   fetiche  ridículo  de las vanidades y las zalamerías de todos”. Por eso, ante la perplejidad  del gentío se transformó  en cóndor. Se elevó hasta la altura del Sol. De allí bajó rodeado de millones de aves  en dirección al Lago Sagrado. En ese mismo instante, un niño balsero de la isla de Uru, estaba resolviendo un acertijo que le había planteado el pez más viejo del lago. Ese niño era Raurac Sallo. Fue envuelto por un viento volcánico, que lo llevó hasta el tercer cielo. Allí permaneció veintiún años dedicados a la meditación. Cuando despertó ya se encontraba en su isla natal. Constató que sobre el Altiplano, se había tendido una hambruna infernal. Confeccionó su cushma con piel de huanaco,  oró a Huiraccocha y salió  por el mundo  a cumplir  la misión que  el Alto le había encomendado. 

Un chaski informó al Sumo Sacerdote, que el tal brujo del Altiplano venía al Ombligo Solar alborotando  a los runas con su profecía, con una muchedumbre de seguidores. El inca ordenó vigilar a tal hombre. En verdad, familias enteras seguían al brujo  y lo imitaban.    Raurac Sallo, donde se detenía predicaba  las peores calamidades contra el género humano. “El Tayta Inti se apagaría  como una hoguera y la luna se derretiría  como un bloque  de hielo negro”. Ponía a la epidemia  contra los aymaras como un anuncio. Las mujeres al escucharlo prorrumpían en llanto. Algunos  llevaban y le ofrecían canastas llenas de frutos y comida. Él rechazaba; prefería su coca, sus raíces, culebras y lagartijas. Especialmente su ayahuasca, planta alucinógena.  Preguntado por un albañil, a qué iba a Cusco el brujo respondió: “para poder yo entrevistarme con  el emperador y ponerle al tanto de los designios que el Alto me encomendó anunciar… precisamente yo tengo que aconsejarle al magnánimo Inca, sobre la necesidad de cambiar las formas de culto al Radiante Civilizador. Tenemos que decirle que Apu Kon Ticci Huiraccocha exige que lo adoremos  más que a las Huacas…”.  Para entonces,  los peregrinos  se encontraban en las peñolerías de Rumiccolca, cerca a Cusco. Cuando de pronto, un hombre  elegante con manto azul e insignias de funcionario los detuvo y les preguntó, por quien era Raurac Sallo. Nadie  respiró, ni tosió, ni carraspeó. “¡Repito una vez más!”- rugió el dignatario de manto azul-. ¡El tal Raurac Sallo que dé tres pasos adelante para ser identificado!”. Una mujer  y un  anciano  dieron el paso. Otros iban a seguirlo y antes de que eso ocurra, el Huillca Uma, dio la orden fatal y desde los matorrales salieron los soldados a matar a los peregrinos. Con mucha crueldad llegaron a asesinar a cuatro mil cien hombres entre mujeres,  niños, jóvenes y ancianos. En cuanto a Raurac Sallo, nadie supo cómo se salvó de la matanza ni qué rumbo tomó.  La corte imperial puso  un precio a su cabeza: quince topos de terreno maizalero en el Valle Sagrado, para quien diese noticias de su paradero. Transcurridos muchos meses, pasaron  catástrofes y  hechos curiosos en Cusco, pero, del predicador subversivo no se supo nada.   Luego de un año y tres meses de aquel hecho, cuando el inca y sus  consejeros y militares, acordaban conmemorar los quince años de la victoria militar sobre los chancas, llegó un chaski e informó que el tal Raurac Sallo, había sido localizado en Huiñaymarca, la ciudad sagrada. Los consejeros sugirieron que lo traigan a Cusco, para su ejecución. Otros en cambio proponían otra acción.  Cuando estaban en eso, apreció otro chaski, anunciando que el profeta había muerto desbarrancado. Su cuerpo  fue encontrado en el río Huillcamayo.


La noticia de esta muerte llegó a los aymaras y los conmovió mucho. Entro ellos  al anciano Sangar Catacora. Durante un mes entero  en la isla de los Uros del Lago Sagrado, se escuchó  sonidos fúnebres y se realizó sacrificios humanos. Eso no cayó bien a Pachacútec, que lo tomó como  rebeldía.  Ordenó entonces, la edificación de templos incas. Pero los aymaras se habían sublevado. Ante ello, el emperador ordenó a su hijo Túpac Yupanqui, derrotar a los  aymaras sediciosos.  Él  lo asumió como un  reto. Se dirigió  junto con el  general Molletupa al Altiplano.  Cuando ya estuvieron cerca a Ayaviri, les salieron al encuentro cinco aymaras. Eran los emisarios del patriarca Catacora y traían una propuesta  de vasallaje al Inca.  Minutos después, apreció  el mismo anciano Catacora y pidió  perdón al hijo de Pachacútec. Tupac Yupanqui, tomó juramento de fidelidad  al viejo y le perdonó por los desatinos de su pueblo.

Tras la muerte de Pachacútec, asume el poder su  hijo  Túpac Yupanqui, cuya mayor proeza fue haber llegado a la Polinesia. A la muerte de Yupanqui, asume el trono Huayna Ccapac  a los veintiún años. Hasta entonces Huiñaymarca era el centro ceremonial más sagrado del Cusco. La intelectualidad más brillante  del Tahuantinsuyo vivía allí. Uno de ellos era el joven Astor Ninango, aspirante a ser quipucamayoc, astrónomo o amauta. Hijo  del más grade amauta, Huillcanina.  Desde  la ciudad sagrada,  sus habitantes, se enteraron de la muerte de Huayna Ccapac y tras ello sobre la inevitable guerra entre Huáscar y Atahuallpa, con el terrible saldo   de la muerte de Huáscar.  Asimismo, la llegada de los blancos y barbados españaris. Desde entonces,  se inició  para el Imperio inca, la Edad del Murciélago.  Así fue denominado  por el astrónomo  los tiempos  confusos desde la llegada de los españaris.  Estos advenedizos decían ser la espuma del mar, los emisarios divinos del Radiante Civilizador. Más tarde ellos mismos se hacían llamar  Huiracochas o dioses.  Llamándose así, mataron a Atahaullpa y en Cusco fueron recibidos como dioses. Enterados por el chasqui, los  pobladores de Huiñaymarca  sintieron mucho  la muerte de Atahuallpa, en especial  Quillahuamán. Este era un  prestigioso sacerdote   que ofició  el último rito fúnebre en la Ciudad Numinosa.  Terminado el ritual desapareció, tal vez, adivinando el desplome del imperio. Aún así, los pobladores mantuvieron contacto con los cusqueños y especialmente con Manco Inca, que ahora había sido declarado inca  por los mismos españaris.  En el Tahunatinsuyo, una enfermedad desconocida mataba a niños y a los mismos hombres. Los habitantes  dedujeron que esa enfermedad  la habían traído esos bardados que estaban en Cusco, atendidos como dioses por el mismo Manco. Pero de divinos no tenían nada. Pues eran  codiciosos y lujuriosos.  Estaban acabando con el oro y la plata  que adornaban los templos y con las ñustas del Ajllahuasi.  Recelosos de estos codiciosos barbados, los de la Ciudad Sagrada, a fin de que los españaris, nunca se enteren de ellos y de la ciudad, decidieron cambiar de nombre. Así Huiñaymarca, se llamaría Vitcos.   Y para que nunca ni siquiera se aproximen por allí  empezaron a difundir la existencia del Paititi, una ciudad  hecha de planchas de oro  y cornisas de esmeralda y poblada solo por mujeres.  Cosas que tanto deseaban los españaris.  Estos,  maravillados por el relato se aventuraron a buscar el Paititi, relacionándolo con El Dorado. Después de tanto indagar  solo hallaron  el río Amaru, al cual cambiaron de nombre  llamándolo Amazonas, en alusión  a unas mujeres fantasmales que en su delirio creyeron ver.   Con esto, realmente  los españaris nunca llegaron a la ciudad sagrada de los incas.

Cuando Astor Ninango, se encontraba en uno de los huertos  de su casa en Vitcos, junto a su concubina Sumac Sara, el gigante Ayar Choquehua le comunicó  que el padre de Astor había reaparecido.  Este se alegró al igual que todos los moradores. Entró en la Casa de los Sortilegios, donde el consejo de amutas estaba deliberando  sobre el asunto.  Cuando Astor entró  el patriarca Sulk’apuma, le ordenó que vaya a buscar a su anciano padre y también recoger los pormenores de la sublevación de Manco Inca contra los españaris. Astor que hace cuatro días había cumplido los veinte años, aceptó la orden. Era la segunda vez que iba a Cusco. La primera fue   cuando  de niño  acompañó a su padre, quien  quería convencer al emperador de  la necesidad de registrar los hechos e ideas con un sistema superior al de los quipus. Muy de madrugada Astor Ninango partió en compañía de un guía rumbo a Cusco.  En el camino se encontró con un alma  en pena que  buscaba la ciudad sagrada.      

Cuando ya estuvieron cerca de Cusco, Astor y su compañero  vieron  cómo una multitud de hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos iban  a Cusco, a unirse con  Manco Inca y   a expulsar a   los  codiciosos españaris.   Astor se unió a ellos, cuando de pronto se encontró con su primo Quishuar Sayac, valeroso militar. Este lo llevó ante el mismo Manco Inca. Ya en la tienda de este  inca rebelde, Astor conversó con él. Manco le dijo que lo conocía desde la vez que una  comitiva llegó a Vitcos y manco era el único niño de dicho séquito  imperial.  Recordó otra oportunidad más. Luego le dijo  que la    batalla contra los españaris los convocaba. Pero a Astor no le dijo que participara  en dicha batalla; sino, que fuera a Paucartambo      porque allí estaba su padre el gran sabio Huillcanina, el último sobreviviente de la Benemérita Sociedad de Amautas del Cusco.  Astor antes de partir  pidió a Manco Inca, que después de llevar a su padre a Vitcos, lo acepte como soldado en su ejército. El soberano aceptó.  Cuando, Astor iba  rumbo  a Paucartambo, escuchó  el rumor aterrador de la guerra. Los incas sitiaban  el Cusco y los españaris respondían con terribles cañonazos.  Por momentos Astor quiso regresar y unirse a la lucha. 

Luego  de la agotadora caminata, Astor se echó a descansar un rato. En su sueño, vio el rostro de su padre que había muerto. Despertó asustado y prosiguió su caminata. En el trayecto evocó lo que de su padre  le habían dicho, entre ellos que Huillcanina era  de la misma panaca que Pachacútec. Cuando llegó a Paucartambo, encontró un pueblo  sin gente; porque, todos se habían ido a la guerra contra los españaris.  Siguió avanzando entonces, se encontró  con un niño aymara, que le indicó el lugar que buscaba. Luego se encontró también con  Ishuanco, quien lo guió hasta el encuentro con su padre. Huillcanina se hallaba en la casa de este Ishuanco.  Llegaron hasta allí. El anfitrión le relató que toda la noche lo había llamado. Astor  entró contento al encuentro con su padre, pero este se encontraba muerto.  Ishuanco y Astor cantaron el ayataki o canto de los difuntos.   Al atardecer un pequeño cortejo fúnebre  partió rumbo a la ciudad oculta.  Mientras avanzaban, Astor recordaba muy adolorido a su padre el gran Sapan Huillcanina, hombre inteligentísimo, de admirable  memoria. Conocía y almacenaba en su memoria “la complicada sucesión de dinastías, la urdimbre de los parentescos, el régimen de las panacas, el origen de las sangres y los nombres”. Este sabio  en su mayor lucidez  inventó  un sistema de escritura llamado qhelqarimay.  Jubiloso por el invento, Hillcanina viajó a Cusco a exponer su proyecto al inca Huayna Ccapac.  Como ayudante y confidente estaba su hijo Astor. Explicó en la corte dicho proyecto de la manera más sencilla posible. El sistema consistía en setenta y nueve signos de formas caprichosas pintados con óxido  de ceramista en cincuenta planchas  de madera ishpingo. Usando los signos que representaban sonidos, para luego palabras e ideas, el   sabio Huillcanina representó la derrota de los Chancas por Pachacútec.  Muchos del consejo objetaron el invento. Pero el inca Huayna Ccapac, dispuso de los analizaron los amautas.  Esto  ocurrió  en Yucay, donde se reunieron los más sabios del Tahuantinsuyo, quienes aprobaron el proyecto.    Pero no así los integrantes del consejo, que siempre posponían su aprobación, hasta que murió el inca, luego sus hijos se enemistaron y al final llegaron los españaris.

Contra todo pronóstico perdió Manco Inca. La noticia llegó a Vitcos y los enlutó el alma. Astor entonces,  ya al mando de Manco Inca, derrotado y retirado a Vilcabamba, asumió  la jefatura  de una misión especial y se entrevistó con un  español emisario de    Diego de Almagro, quien proponía alianza contra los pizarristas.  Manco Inca, rechazó  la supuesta alianza. Astor se había convertido además en  sinchi o capitán del ejército inca de Vilcabamba. Estando en  esas acciones bélicas se enteró  de la toma de Cusco por los almagristas.  Pero luego Almagro fue derrotado. Además un  almagrista a quien Manco le había dado refugio  en Vilcabamba, lo había matado. Muerto Manco Inca, le sucedió en el trono   su hijo Sayri Tupac, pero él murió joven y le sucedió en el trono Titu Cusi Yupanqui, quien  fue muy tolerante con los curas españoles. Uno de ellos lo mató justamente, Diego Ortiz,  en complicidad con el escribano Martín Pando. Tras la muerte asumió el poder el joven Túpac Amaru, quien rechazó toda tentativa de acercamiento con los españaris. Astor Ninango estuvo durante cuatro años bajo las órdenes de Túpac Amaru.

Después de treinta años de ausencia, enterado de que la espantosa enfermedad de los españaris está aniquilando vidas en Vitcos, Astor pidió permiso al inca y  volvió a su ciudad natal. Ya allí fue recibido por la vieja hechicera Illa Aya. Preguntó por su mujer Sumac Sara y por su hija. Ella le respondió que su mujer había muerto y  que gracias al Altísimo su hija no estaba allí; sino, en Pomacanchi casada con un militar alfarero. Luego, se presentó ante él un  chasqui, para decirle  que el ejército del maldito virrey  Toledo iba hacia Vilcabamba. Eran más de cuatro mil enemigos.  Él dijo entonces que partiría  de inmediato; pero, el Chasqui le dijo que no que por orden del mismo inca, tenía que quedarse en Vitcos, para  cuidarla. Astor organizó un ejército para defender Vitcos, pero, llegó otro chasqui con la mala notica de que Túpac Amaru  había sido capturado y ahora lo llevaban a Cusco. Muy entristecido  consultó con la hechicera  Illa Aya. Ella propuso ayunar  durante diez días seguidos. Así lo hicieron.  Illa Aya seguía  todos los pormenores sobre Túpac Amaru. En su condición de hechicera,  vio el  horrendo crimen de los españaris contra Túpac Amaru. En su desesperación la bruja invocaba a todas las huacas y dioses, para que eviten el suplicio, aún con terribles gritos de dolor y llanto en sus ojos al igual que todos los habitantes de la ciudad sagrada.  Pero siempre murió el último inca.  ¿Qué hacer ahora? ¿A dónde ir? Todos lo sobrevivientes lloraron. Tal vez sabían que el fin ya llegaba sobre  Vitcos. Astor convocó a una reunión urgente para tomarla una decisión.   
Muchos años después, ya en Cusco,  Astor Ninango de aproximadamente noventa años,  reposando en una casa de la calle Pumacurco,  relata a su nieta María Palla el éxodo que habían emprendido los habitantes de Vitcos: “La tarde  en que la ciudad  se borró ante nuestros ojos, envuelta en la lluvia y el abandono, yo hice el último acto de despedida en nombre de todos. Y al postrarme ceremonioso  en la cumbre, presté oídos al viento  y al eco del río que subía por los barrancos.” Cuenta, asimismo, que en ese instante oyó la voz de su mujer que le dice: “Vamos, vayan todos al Cusco que es allí  donde aún  germina nuestra semilla… la tuya, la mía, la del linaje. Cerca del Cusco está nuestra hija”.  Recuerda también  que aquella tarde era tormentosa. Y que aun así  hombres, mujeres y niños luego de muchísimos pesares y desahogos, abandonaron la  Ciudad Sagrada. Bajo una lluvia torrencial, y bajo  mortales fogonazos, consiguieron reagruparse  en el Intipunco, setenta últimos moradores. De ahí rumbo a  Cusco. 
Muchísimos años después de esta  triste partida, el nombre de la ciudad fue olvidado. Y las siguientes generaciones, terminarían llamándola Machu Picchu, por el cerro que lo rodea.
Llegaron  a Cusco después del cuarto día de la partida y esperaron para entrar la noche. Cuando ya todos estuvieron dormidos, ingresaron a Cusco. Los perros, antes que los humanos, se percataron de su presencia.  En Cusco fueron en busca de Saico Maratambo. Pero este había, muerto, por eso les recibió su hijo Silvestre a los setenta  que eran. Esa noche cuando Astor y Silvestre  conversaban llegó  el españari Diego Almirón, corregidor de la ciudad y  jefe de la milicia local. Por cierto,  amigo del Saico Maratambo. 

El anciano Astor cuenta a su nieta, que  el  virrey Francisco de Toledo es el más maldito de los españaris. Por eso, ellos  lo habían apodado El  Diablo negro o La Baba de la Muerte. Este criminal   hizo matar a Túpac Amaru e instituyó en el Cusco la ejecución mediante el degüello. Así habían cortado la cabeza del último inca de Vilcabamba.  Astor cuenta que después de la ejecución, en Cusco, el suplicio, el dolor y los gritos estaban en el mismo aire, en las paredes de los muros. Esa noche  Astor Ninango salió  con dirección a la plaza. Se topó con una procesión de almas en pena, muertos  en la guillotina.  Ante tanto dolor identificaron la cabeza de Túpac Amaru en la punta de una estaca, exhibida como escarmiento.  Lo bajaron y vieron que aún estaba intacta.  Al día siguiente se contaban infinidad de versiones sobre aquella cabeza desaparecida. Todas coincidían que dicha cabeza volvería algún día a su humanidad reconstituida  en un nuevo Pachacuti. De ese entonces  quinientos años, mil años, tal vez más. Pero la cabeza lo tenían los  venidos de Vitcos. Luego recordaron a Urpi, la  hija de  Astor Ninango y  madre de María Palla. Esta última dijo a su abuelo que ya era tarde, que le va a preparar su cena, porque más tarde tiene que verse con  su prometido Sanguillo.
Un día, María Palla y su novio Sanguillo están contemplando al anciano Astor. Ella le cuenta que su abuelo tiene más de noventa años, pero una memoria de joven  y cuenta todo lo que sabe  sobre los incas, que habla perfectamente el mochica, el aymara y el aru, además del quechua. Entiende también el castellano.  En eso despertó el venerable anciano y preguntó quién andaba por ahí. María Palla dijo que era ella acompañado por su novio  Sanguillo. Este se dirigió a Astor  con mucha  ceremoniosidad.  Le confesó que quería mostrarle algo. Pero primero confesó que era sobrino de un muy ilustre señor descendiente  de los incas, que vivía en Montilla, España.  Se llamaba Gómez Suárez de Figueroa. Y le dijo: “… esta cosa especial que hoy traje para mostrártelo es de él. Toma padre mío, pálpalo. Es un libro que trata sobre la historia de los incas. ¡Anda! Sujétalo fuerte con las manos.  Lo ha escrito mi tío  en España,  en gran parte con las informaciones  que le hemos enviado sus parientes, desde Cusco”. Con la postura  de ciego, Astor palpó el libro, lo acarició con mucha solemnidad. Incluso reveló que ese Gómez Suárez era también Garcilaso de la Vega. Ante esto, María Palla y Sanguillo, le preguntaron sorprendido de dónde conocía eso.  Astor dijo que  él había contado mucho sobre los incas a los parientes de Garcilaso. Sanguillo también reveló que él  fue quien escribió dichos relatos para mandárselo a su tío.  Sanguillo  le pidió venir a la casa y escuchar sus relatos, el anciano aceptó.
A la mañana siguiente de la desaparición de la cabeza de Túpac Amaru, el bárbaro Toledo  montó en cólera y ordenó la búsqueda  y castigo para el sustractor. Astor y los demás venidos de Vitcos, cuidaban  con recelo aquella cabeza, que por cierto cada día estaba lozana, sonriente como si no se hubiera separado del cuerpo vivo.  Una semana después,  los solo cincuenta varones de Vitcos partieron rumbo a  la cordillera del Ausangate, llevándose con ellos la cabeza del joven y último inca en una vasija. Lo hicieron disfrazados de bailarines y músicos, agrupados en cuatro  comparsas.  Al atardecer de ese mismo día divisaron  al Apu Ausangate.  Se postraron ante él, emocionados convencidos  de que en esas alturas los dioses incas continuaban vivos. En el camino se encontraron con una rara procesión  en la que unos hombres cargaban la estatua de una  señora que dicen era madre de Cristo. El cura interrogó  adónde iban y quienes eran. Astor respondió  que eran yanas de  Francisco Barbierto de la encomiendo de Guayllabamaba.  Y llevaban una cruz como regalo a los de Mahuayani. El cura siguió preguntando y esta vez sí sabía rezar en cristiano. Astor dijo que lo estaba aprendiendo.  El sacerdote cristiano  elevó una oración a su dios.
La comitiva de Astor llegó por fin a Ocongate, allí  velaban  a diez víctimas de la viruela.   Al medio día del jueves llegaron al pie del nevado Callangate. Allí  en una ladera, los últimos habitantes hallaron lo más sagrado que buscaban: la gran Huaca Pumaraura, la más venerada por la población inca desde el tiempo de Túpac Yupanqui. Luego Astor se rencontró con Felipe Hualla, más conocido como  el Takiongo de Rayanmarca, de Parinacochas. Allí había estallado, la rebelión de resistencia de la religión inca contra los extirpadores de idolatrías, liderados por Juan Ch’oyñi. Felipe Hualla, contó sus luchas con los takiongos y como llegó  hasta el nevado Callangate. Y mostró el  tejido que Astor le había regalado a nombre del inca.
Ya en  Cusco y tosiendo fuerte,  el anciano Astor relató a su nieta María Palla y a Sanguillo. “Al amanecer de ese viernes escalamos las nieves resbaladizas del Callangate…”.  Luego como guiados por el takiongo llegaron a la misma cima del Callangate. Ya allí, Astor se vistió con su traje de guerrero inca. El sol acababa de salir.  Un  hombre  hizo hueco. Astor sacó  de la caja, la cabeza  de Túpac Amaru y  levantando al sol  exclamó: “Mira padre, esta es la cabeza  de tu último hijo”… ¡La hemos rescatado de la  humillación de ser exhibida al gentío, y la hemos traído  a este lugar  sagrado  para que pase la eternidad  aquí en la nieve, bajo la custodia de los apus tutelares...!  Un zumbido de pututus acompasaba  las palabras de Astor. Él levantó más alto la cabeza y enterró acompañándola con un prodigioso grano de maíz.   Fue también el primero en dejar en la fosa, bloques de nieve, luego le siguieron otros en estricta jerarquía.  Cerraron la ceremonia con  el baile Danza del guerrero.  Seguidamente, vieron a tanta gente que avanzaba  adonde estaban ellos.  Era una multitud de hombres que venían a despedirse o a adorar al último inca. Emocionado, Astor dijo sobre quienes recordarán a Túpac Amaru: “esta gente  esperanzada… los hijos de estos que, a su vez, engendrarán  otros hijos…” Y le comentó a Felipe Hualla: “¡Hasta podemos institucionalizar una peregrinación  anual  a este nevado!”. Y explicó: “Que cada año pudiesen venir comparsas de músicos y bailarines a este lugar, de visita al inca… Tal vez  los peregrinos podrían venir  con la apariencia de adorar a alguna de esas tantas cruces que los españaris han alzado en las  apachetas”.  Luego bailaron, danzaron contentos con los nuevos peregrinos; porque,  eso en el futuro sería así, que el lugar donde está la cabeza del último inca, sería  visitado  anual y eternamente.
Fin


DIÁLOGO CON ENRIQUE ROSAS PARAVICINO
Por Niel Palomino Gonzales

Dueño de una narrativa artísticamente bien labrada y universal, Enrique Rosas Paravicino es uno de los más destacados narradores cusqueños de fines  de fines del siglo XX e inicios del XXI. Reconocido como tal por la crítica especializada y por las antologías narrativas más serias. Si hay una novela cusqueña contemporánea que trascenderá el tiempo, esa es Muchas lunas en Machu Picchu,  que por el genuino incaismo que se siente y palpa en sus páginas  es los Comentarios reales del siglo XX.

En esta, el tema transversal  es  la fundación, florecimiento y éxodo de una sociedad y una cultura: la incaica, asemejándose por ello,  a Cien años de soledad del gran Gabo. A dicho eje temático, como sucede en las mejores novelas de la literatura universal, se suman temas como el amor, la muerte, la lucha, el valor heroico, la magnanimidad de sus personajes, la traición, las fiestas, la peste, el dolor, la guerra, la paz,  la sabiduría, la juventud y la vejez; es decir, toda la humanidad.  En suma, Muchas lunas en Machu Picchu es, para decirlo con la voz de nuestro Premio Nobel, una novela total.

1.    Mario Vargas Llosa en su Cartas a un  novelista dice: “El novelista no elige sus temas; es elegido por ellos”. Díganos, ¿por qué decidió escribir Muchas lunas en Machu Picchu, qué le ha motivado su escritura?
     Conozco ese juicio de Vargas Llosa. Es interesante. Pero yo escogí deliberadamente Machu Picchu como tema de novela, por la atmósfera de magia y misterio que trasunta la ciudad. La idea la fui madurando durante muchos años, al tiempo que me sumía en lecturas de narrativa histórica que guardasen analogía con el pasado prehispánico de Perú. Novelas como “Los últimos días de Pompeya”, “Salambó”, “El nombre de la rosa” y “Los perros del paraíso” fueron ayudándome a delinear el argumento. Las fuentes propiamente históricas las hallé en los textos de Luis E. Valcárcel, John Rowe, Alfredo Valencia Zegarra, Marino Sánchez y otros especialistas. Fue una experiencia maravillosa. Noche y día tenía presente aquella frase de Thornton Wilder: “El viaje de la imaginación a un lugar remoto es un juego de niños, comparado con un viaje a otra época”.

2.   El genio del Realismo francés, Balzac, había dicho que “la novela es la historia olvidada de los pueblos”, es ¿Muchas Lunas en Machu Picchu, una novela histórica?
     Así es. “Muchas lunas…” se inscribe en la vertiente de la novela histórica. Su propósito es reconstruir ficcionalmente lo que pudo ser Machu Picchu. Recordará usted que Pablo Neruda en su famoso poema “Alturas de Machupicchu” se pregunta: “Piedra en la piedra, el hombre ¿dónde estuvo? / Aire en el aire, el hombre ¿dónde estuvo?” Pues bien, mi novela es una respuesta a este Premio Nobel. Es una forma de decirle en prosa compacta: “Aquí está el hombre por el que usted pregunta, poeta Neruda. Esta es la gente que habitó Machu Picchu; he aquí las pasiones, amores y padecimientos que llenaron el aire de la ciudad. Aprecie al Inca Pachacútec bailando con la Coya en el día de inauguración de la ciudad. Mire a estos personajes venidos del pasado: unos son amautas, otros astrónomos; tampoco faltan las sacerdotisas, los guerreros, los chasquis, los arquitectos, las hechiceras. Es decir toda una galería de sujetos, con sus respectivos roles en la trenza argumental.

3.   En su novela, usted postula que el nombre con que bautizó Pachacutec a nuestra ciudad sagrada no fue Machu Picchu (Picacho Viejo), sino WIÑAYMARCA (pueblo de la eternidad). Luego, temiendo que los españoles  llegaran hasta allá, los mismos pobladores de aquella ciudad  terminaron llamándola Vitcos, ¿en qué se basa Ud. para dicho postulado?
     Más que basarme en fuentes históricas, yo elaboro mis propias deducciones, porque estoy convencido de que el verdadero nombre de la ciudad tuvo que ser otra, probablemente uno de fuerte resonancia poética. Alguna vez, un viejo profesor mío decía que pudo haber sido “Wiñaymarka” (ciudad eterna) ¿Y por qué no? Dado que la razón de ser de Machu Picchu era el bienestar espiritual, la comunión con la divinidad, la reafirmación del binomio hombre-naturaleza, es probable que su nombre haya sido algo connotativo de paz, meditación, magia y sensación de eternidad.

4.  Otra hipótesis suya es que aquella ciudad  sagrada fue poblada hasta  la muerte de Túpac Amaru I, luego, a causa  de este asesinato, se produce un éxodo que termina en el Ausangate, donde es enterrada la cabeza del último joven inca, ¿cuál es el sustento para que esto ocurra así?
     Me baso en el dato histórico que aporta Luis E. Valcárcel, esto es, que el éxodo de los últimos habitantes de Machu Picchu pudo haber sido en 1572. Bien sabemos que este año el virrey Francisco de Toledo llevó a cabo la campaña de Vilcabamba, con un saldo decisivo consistente en la derrota final del último inca, Túpac Amaru, quien luego de ser traído prisionero al Cusco, fue ejecutado en la plaza de Awqaypata. También las investigaciones etnológicas nos refieren que el mito de Inkarrí tiene su origen en este período, en la muerte del indicado monarca. Este episodio de la historia es el que me sirve de eje para construir la trama de la novela.  Es más, ahí radica el sustento de rigor. Los demás elementos corresponden a la ficción y, como tales, están más en los predios de la verdad poética que de la verdad histórica.

5.   Según infiero  de su novela, Paititi es entonces una invención, un mito. Le pregunto esto porque, sobre el caso se ha escrito varios relatos cortos y extensos que defienden su existencia real y Ud. es el único  narrador que parece negarlo.
     Ni lo niego ni lo afirmo. El Paititi en el Perú forma parte del imaginario popular, desde los orígenes de la colonia. En la novela, lo enfoco como un ardid inteligente de los incas para despistar a los españoles y mandarles de paseo por las selvas más inhóspitas. Era una manera de proteger Machu Picchu de los depredadores. ¿Se imagina usted?  Si las huestes de Pizarro y Almagro hubiesen dado con dicha ciudadela, no hubiera quedado piedra sobre piedra. La hubieran arrasado con el argumento de que era el centro de los adoradores del demonio. En todo caso, los incas han tenido que haber seguido alguna estrategia inteligente para mantener alejados a los españoles de espacios sagrados como Machu Picchu y Chokekiraw.  

6.  Mucho  fluye en su novela un lenguaje incaico, garcilasiano, cusqueño, andino. Tal  parece que las frases  de Astor Ninango (personaje central de su novela) son  suyas, es decir, sentidas por Ud. Acaso Astor no es su alter ego, es decir Ud. mismo ¿Cuánto de Enrique Rosas hay en ese último  poblador vivo de Machu Picchu?
     En los juicios del protagonista hay mucho de uno. Siempre el autor se expresa sutil o abiertamente a través de alguno de los personajes. Ciertamente Astor Ninango es mi alter ego. De haber yo nacido en  aquel tiempo, me hubiera gustado ser como él, así proteico y multifacético. Es astrónomo, cazador, viajero, espía, guerrero y líder de un pueblo.

7.   La lectura de su novela me ha traído a la memoria aquel libro interesante que escribió un  chalaco, seguro lo ha leído: Buscando un Inca de Flores Galindo y, también ese mito que fue  ansiado por Guaman Poma, por Garcilaso y por Arguedas y sigue siendo la esperanza nuestra; es decir, el mito  Inkari, ¿por qué  insistir en el  mito, por qué seguir buscando  un inca?
     Aparte de la propuesta de Flores Galindo y de los discursos de Guaman Poma y Garcilaso de la Vega, el mito andino viene a ser el contradiscurso popular de la historia, la respuesta de los subalternos ante la versión oficial de los acontecimientos. Durante siglos se nos enseñó que la conquista del Perú fue una misión civilizadora de Occidente, o que Francisco Pizarro viene a ser el paladín central de nuestra nacionalidad. Es más, se nos  formó en el falso mito de la hispanidad, o sea, celebrar el 12 de octubre como el “día de la raza”, esto es,  una forma de reconocer, arbitrariamente, a los ibéricos como el tronco hegemónico del que surgen las naciones hispanoamericanos. ¿Y dónde quedan los incas, aztecas, mayas, mochicas y tiahuanacos? ¿Dónde quedaron los 20 mil años de civilización andina? Ante este contrabando historiográfico, bienvenido sea el mito de Inkarri  en sus diferentes versiones, tanto así como la rica tradición oral registrada por la etnología, especialmente por la acción pionera de José María Arguedas, tanto como de Josafat Roel Pineda, Efraín Morote Best, Alejandro Ortiz Rescaniere y otros.

8.  Creo haber leído la mayoría de su producción literaria. En esas lecturas constaté que  desde su primer cuento Temporal en la cuesta de los difuntos hasta su última novela (Muchas lunas en Macchu Picchu), todas siempre aluden al Ausangate, ¿por qué en la mayoría de su narrativa siempre está presente aquel nevado? ¿Qué es para Ud. El Ausangate?
El Ausangate es mi apu tutelar. Un portento de la naturaleza que está allí al alcance de la imaginación, un nevado cuya sola existencia genera una mitología regional riquísima. Tuve la suerte de nacer cerca al nevado (Ocongate) y apreciarlo desde niño y, también, oír una preciosa tradición oral en torno al Apu que lo habita. Los pueblos de su entorno se sienten impregnados por su magia y belleza. Se sienten privilegiados de vivir cerca de él. Hay canciones, danzas y ritos inspirados en la perenne majestad del nevado. Entonces ¿cómo no incorporarlo a mi narrativa como un referente de vida, anhelos, proyectos y vicisitudes, además de fuente de inspiración permanente?

9.  Estamos  por concluir el centenario  de nacimiento de Arguedas, a la narrativa que él  ha abierto  algunos quisieron enterrarla y no lo pudieron ¿Cuál es  su balance sobre la narrativa andina después de José María Arguedas, cuánto y cómo ha influenciado el autor de Todas las sangres a los narradores andinos contemporáneos?
     He aquí un tema muy importante. Al respecto tengo un ensayo titulado “La novelística andina posarguediana” en la cual evalúo el rol del autor de “Los ríos profundos” en el proceso actual de la narrativa peruana. Por cierto que el tema es complejo para tratarlo en una entrevista. Le invito más bien a leer ese escrito que ya está en circulación. ¿Qué quisieron enterrar a Arguedas? ¿Quiénes? ¿Los cientistas sociales que en 1965 organizaron una mesa redonda para descalificar el valor de “Todas las sangres? ¿O los intelectuales que se sumaron a los juicios sesgados de “La utopía arcaica” de Vargas Llosa? Como respuesta a ellos baste citar el reciente libro publicado por la Biblioteca Nacional del Perú, Arguedas, poética de la verdad. Segunda mesa redonda sobre Todas las sangres (Lima 2011). Aquí está registrado el homenaje que le rinden a Arguedas personalidades del nivel de José Matos Mar, Aníbal Quijano, Julio Cotler, Hugo Neira, Guillermo Rochabrún y Gonzalo Portocarrero, entre otros. Es una forma de desagraviarlo del penoso incidente de 1965. Por lo demás, la conmemoración del centenario de su nacimiento ha sido apoteósica a nivel nacional e internacional. Jamás he visto tanto fervor por la memoria de un novelista que reivindicó vigorosamente la herencia indígena. Es señal de que avanzamos, es evidencia de que nos reconocemos así como somos: síntesis de un mestizaje hecho de todas las sangres, herederos de Garcilaso, Guaman Poma y Vallejo y, por lo mismo, con una tarea de encarar el presente con lucidez y coraje, pero también de pensar en un futuro de modernidad, sin renunciar  a los valores y memorias recibidos de nuestros mayores.

10.            Por otra parte, estamos en el Año del Centenario de Machu Picchu para el Mundo, no hay mejor nombre, creo yo, porque, efectivamente, fueron cien años de nuestro Machu Picchu, pero  para el mundo y no para nosotros, ¿Ud. que escribió el mejor libro no a Machu Picchu, sino, sobre Machu Picchu, cómo considera esta celebración del centenario?
     Me parece que esta celebración obedece más a los afanes del mercado turístico que a una voluntad ciudadana de conmemorar un acontecimiento. Con ello no quiero desmerecer el mérito de Hiram Bingham, como descubridor científico de Machu Picchu, pero sí considero conveniente recuperar también a otras personalidades que aportaron en la investigación de lo que fue Machu Picchu en la historia. Nombres como de Luis E. Valcárcel, José Gabriel Cosio, Manuel Chávez Ballón, John Rowe, Alfredo Valencia Zegarra y Oscar Ladrón de Guevara, entre otros, aparecen ciertamente postergados ante el incienso que el marketing turístico quema en honor de Hiram Bingham y su corte. Bienvenido el boom turístico y la prosperidad que ello acarrea para sus beneficiarios. Pero, señor, nuestra región sigue acusando altos índices de pobreza, exclusión social y deficiencia alimentaria. Parodiando a Eduardo Galeano: el Cusco tiene a la vaca, pero otros ordeñan la leche. ¿Por qué? Por diversas razones de orden político y económico; entre ellas, por el centralismo agobiante que, también en este sector, ejerce Lima a través del Ministerio de Cultura. El centenario debería ser asimismo una ocasión para reflexionar sobre éste y otros asuntos, pero además para debatir alternativas viables en beneficio de la región.

11.¿En qué momento Ud. sintió  un llamado de la escritura, hay algún hecho importante que le haya motivado para  ser escritor?
     Todo llamado en el arte tiene un toque de misterio y fascinación. Exactamente no recuerdo un episodio equiparable a la figura del ‘Camino de Damasco’. Pero hay una serie de hechos que fueron constituyendo en mí ese binomio esencial para ser hombre de letras: vocación y formación. Por algún designio oscuro, uno tiene una adolescencia solitaria, lejos del hogar paterno y de la risa de los hermanos. Uno se refugia entonces en los libros de la Biblioteca Municipal y en los volúmenes empolvados del colegio. A los 14 años leí con deleite a Bécquer, luego pasé a Neruda, después a Vallejo. Entre uno y otro autor me sentí arrobado por La vida es sueño de Calderón de la Barca. El Quijote de Cervantes me hizo entender la complejidad de la condición humana, y del predominio de la racionalidad prosaica sobre el ideal platónico. Una mañana de 1964 la radio dio una noticia: Jean Paul Sartre acababa de rechazar el Premio Nobel de Literatura. Lo comenté con mi profesor de literatura, quien entonces ensalzó a Sartre como un prototipo de intelectual honesto y, por tanto, justificó su decisión. Ese profesor era Gustavo Pérez Ocampo, quien años después fue un entrañable amigo. A partir de Sartre se me abrió el mundo de los vanguardistas europeos y sus epígonos latinoamericanos: Breton, Maiakovski, García Lorca, Eluard, Huidobro, Borges, Hidalgo, etcétera. En el género narrativo mis lecturas fueron más libres: Gustavo Flaubert, Ernest Hemingway, Ciro Alegría, Alejo Carpentier, Thomas Mann,  Rómulo Gallegos y José María Arguedas, entre otros. Como verá, usted, la lectura permanente fue el punto de partida para forjar una vocación hecha más de intuiciones que de certezas. En eso estamos y en ello nos jugamos. Como dijo Alejandro Romualdo: “El hombre es lucha. Y en la lucha pena”.

12.             ¿Cuándo Ud. escribe, cuál  le sale primero, la obra o el título?
     Primero uno engendra a la criatura, luego le asigna un nombre; en este caso, el título. Así exige la lógica. ¿No le parece?



Cusco, octubre 2011


 CON EL NARRADOR ROSAS EN SU CASA





3 comentarios:

  1. Y la vertiente andina de La Literatura Peruana? Existe?
    Aqui una interesante entrevista para dar una mejor respuesta.

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  2. Nilo, y la respuesta de Enrique es una respuesta contundente. Para matar esa discusion "racista" de literatura andina y costena.

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  3. Nilo, y la respuesta de Enrique es una respuesta contundente. Para matar esa discusion "racista" de literatura andina y costena.

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